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sábado, 10 de septiembre de 2011

Italo Calvino.

Fragmentos de "Las ciudades invisibles"

Italo Calvino. 

"—Los otros embajadores me advierten de carestías, de concusiones, de conjuras, o bien
me señalan minas de turquesas recién descubiertas, precios ventajosos de las pieles de marta, propuestas de suministros de armas damasquinas. ¿Y tú? — preguntó a Polo el Gran Kan—. Vuelves de comarcas tan lejanas y todo lo que sabes decirme son los pensamientos que se le ocurren al que toma el fresco por la noche sentado en el umbral de su casa. ¿De que te sirve, entonces, viajar tanto? — Es de noche, estamos sentados en las escalinatas de tu palacio, sopla un poco de viento — respondió Marco Polo—. Cualquiera que sea la comarca que mis palabras evoquen en torno a ti, la verás desde un observatorio situado como el tuyo, aunque en el lugar del palacio real haya una aldea lacustre y la brisa traiga el olor de un estuario fangoso.
— Mi mirada es la del que esta absorto y medita, lo admito. ¿Pero y la tuya?
Atraviesas archipiélagos, tundras, cadenas de montañas. Daría lo mismo que no te movieses
de aquí.
El veneciano sabía que cuando Kublai se las tomaba con él era para seguir mejor el hilo
de sus razonamientos; y que sus respuestas y objeciones se situaban en un discurso que ya se desenvolvía por cuenta propia en la cabeza del Gran Kan. O sea que entre ellos era indiferente que se enunciaran en voz alta problemas o soluciones, o que cada uno de los dos siguiera rumiándolos en silencio. En realidad estaban mudos, con los ojos entrecerrados, recostados sobre almohadones, meciéndose en hamacas, fumando largas pipas de ámbar.
Marco Polo imaginaba que respondía (o Kublai imaginaba su respuesta) que cuanto
más se perdía en barrios desconocidos de ciudades lejanas, más entendía las otras ciudades que había atravesado para llegar hasta allí, y recorría las etapas de sus viajes, y aprendía a conocer el puerto del cual había zarpado, y los sitios familiares de su juventud, y los alrededores de su casa, y una placita de Venecia donde corría de pequeño.
Llegado a este punto Kublai Kan lo interrumpía o imaginaba que lo interrumpía, o
Marco Polo imaginaba que lo interrumpía con una pregunta como: —¿Avanzas con la cabeza siempre vuelta hacia atrás? —o bien:—¿Lo que ves está siempre a tus espaldas? —o mejor:— ¿ Tu viaje se desarrolla sólo en el pasado?.
 Todo para que Marco Polo pudiese explicar o imaginar que explicaba o que Kublai
hubiese imaginado que explicaba o conseguir por último explicarse a sí mismo que aquello que buscaba era siempre algo que estaba delante de él, y aunque se tratara del pasado era un pasado que cambiaba a medida que él avanzaba en su viaje, porque el pasado del viajero cambia según el itinerario cumplido, no digamos ya el pasado próximo al que cada día que pasa añade un día, sino el pasado más remoto. Al llegar a cada nueva ciudad el viajero encuentra un pasado suyo que ya no sabía que tenía: la extrañeza de lo que no eres o no posees más te espera al paso en los lugares extraños y no poseídos.
Marco entra en una ciudad; ve a alguien vivir en una plaza una vida o un instante que
podrían ser suyos; en el lugar de aquel hombre ahora hubiera podido estar él si se hubiese detenido en el tiempo tanto tiempo antes, o bien si tanto tiempo antes, en una encrucijada, en vez de tomar por una calle hubiese tomado por la opuesta y después de una larga vuelta hubiese ido a encontrarse en el lugar de aquel hombre en aquella plaza. En adelante, de aquel pasado suyo verdadero e hipotético, él está excluido; no puede detenerse; debe continuar hasta otra ciudad donde lo espera otro pasado suyo, o algo que quizá había sido un posible futuro y ahora es el presente de algún otro. Los futuros no realizados son sólo ramas del pasado: ramas secas."

"El Gran Kan ha soñado una ciudad; la describe a Marco Polo:
—El puerto esta expuesto al septentrión, en la sombra. Los muelles son altos sobre el
agua negra que golpea contra los cimientos; escaleras de piedra bajan resbalosas de algas.
Barcas embadurnadas de alquitrán esperan en el fondeadero a los viajeros que se demoran en el muelle diciendo adiós a las familias. Las despedidas se desenvuelven en silencio pero con lágrimas. Hace frío; todos llevan chales en la cabeza. Una llamada del barquero pone fin a la demora, el viajero se acurruca en la proa, se aleja mirando hacia el grupo de los que se quedan; desde la orilla ya no se distinguen los contornos; hay neblina; la barca aborda una nave anclada; por la escalerilla sube una figura empequeñecida, desaparece; se siente alzar la cadena oxidada que raspa contra el escobén. Los que se quedan se asoman a las escarpas del muelle
para seguir con los ojos al barco hasta que dobla el cabo; agitan por última vez un trapo blanco.
— Vete de viaje, explora todas las costas y busca esa ciudad — dice el Kan a Marco—.
Después vuelve a decirme si mi sueño responde a la verdad.
—Perdóname, señor: no hay duda de que tarde o temprano me embarcaré en aquel
muelle —dice Marco—, pero no volveré para contártelo. La ciudad existe y tiene un simple secreto: conoce sólo partidas y no retornos."

"LAS CIUDADES Y LOS OJOS. 2
Es el humor de quien la mira el que da a la ciudad de Zemrude su forma. Si
pasas silbando, con la nariz levantada detrás del silbido, la conocerás de abajo para
arriba: antepechos, cortinas que se agitan, surtidores. Si caminas con el mentón sobre
el pecho, con las uñas clavadas en las palmas, tus miradas se enredarán al ras del
suelo en el agua de la calzada, las alcantarillas, las espinas de pescado, los papeles
sucios. No puedo decir que un aspecto de la ciudad sea más verdadero que el otro,
pero de la Zemrude de arriba oyes hablar sobre todo a quien la recuerda hundido en
la Zemrude de abajo, recorriendo todos los días los mismos tramos de calle y
encontrando por la mañana el malhumor del día anterior incrustado al pie de las
paredes. Para todos, tarde o temprano, llega el día en que bajamos la mirada a lo
largo de los caños de las canaletas y no conseguimos despegarlos más del pavimento.
El caso inverso no está excluido, pero es más raro: por eso seguimos dando vueltas
por las calles de Zemrude con los ojos que ahora cavan debajo de los sótanos, de los
cimientos, de los pozos. "

"Marco Polo describe un puente, piedra por piedra.
—¿Pero cuál es la piedra que sostiene el puente? — pregunta Kublai Kan.
—El puente no está sostenido por esta piedra o por aquélla — responde Marco—, sino
por la línea del arco que ellas forman.
Kublai permanece silencioso, reflexionando. Después añade:
—¿Por qué me hablas de las piedras? Es sólo el arco lo que me importa.
Polo responde:
—Sin piedras no hay arco."

"A los pies del trono del Gran Kan se extendía un pavimento de mayólica. Marco Polo,
informador mudo, exhibía el muestrario de las mercancías traídas de sus viajes a los confines del imperio: un yelmo, una conchilla, un coco, un abanico. Disponiendo en cierto orden los objetos sobre las baldosas blancas y negras y desplazándolos uno tras otro con movimientos estudiados, el embajador trataba de representar a los ojos del monarca las vicisitudes de su viaje, el estado del imperio, las prerrogativas de las remotas cabezas de distrito.
Kublai era un atento jugador de ajedrez; siguiendo los gestos de Marco observaba que
ciertas piezas implicaban o excluían la vecindad de otras piezas y se desplazaban según ciertas líneas. Desentendiéndose de la variedad de formas de los objetos, definía el modo de disponerse los unos respecto de los otros sobre el pavimento de mayólica. Pensó: “Si cada ciudad es como una partida de ajedrez, el día que llegue a conocer sus reglas poseeré finalmente mi imperio, aunque jamás consiga conocer todas las ciudades que contiene”.
En el fondo, era inútil que Marco para hablarle de sus ciudades recurriese a tantas
zarandajas: bastaba un tablero de ajedrez con sus piezas de formas exactamente clasificables.
A cada pieza se le podía atribuir cada vez un significado apropiado: un caballo podía
representar tanto un verdadero caballo como un cortejo de carrozas, un ejército en marcha, un monumento ecuestre; y una reina podía ser una dama asomada al balcón, una fuente, una iglesia de cúpula puntiaguda, una planta de membrillo.
Al volver de su ultima misión, Marco Polo encontró al Kan esperándolo sentado
delante de un tablero de ajedrez. Con un gesto lo invitó a sentarse frente a él y a describirle
con la sola ayuda del juego las ciudades que había visitado. El veneciano no se desanimó. El ajedrez del Gran Kan tenia grandes piezas de marfil pulido: disponiendo sobre el tablero torres amenazadoras y caballos espantadizos, agolpando enjambres de peones, trazando caminos rectos u oblicuos como el paso majestuoso de la reina, Marco recreaba las perspectivas y los espacios de ciudades blancas y negras en las noches de luna.
Al contemplar estos paisajes esenciales, Kublai reflexionaba sobre el orden invisible
que rige las ciudades, las reglas a las que responde su surgir y cobrar forma y prosperar y
adaptarse a las estaciones y marchitarse y caer en ruinas. A veces le parecía que estaba a
punto de descubrir un sistema coherente y armonioso por debajo de las infinitas deformidades y desarmonías, pero ningún modelo resistía la comparación con el juego de ajedrez. Quizá, en vez de afanarse por evocar con el magro auxilio de las piezas de marfil visiones de todos modos destinadas al olvido, bastaba jugar una partida según las reglas, y contemplar cada estado sucesivo del tablero como una de las innumerables formas que el sistema de las formas compone y destruye.
En adelante Kublai Kan no tenia necesidad de enviar a Marco Polo a expediciones
lejanas: lo retenía jugando interminables partidas de ajedrez.
El conocimiento del imperio estaba escondido en el diseño trazado por los saltos
espigados del caballo, por los pasajes en diagonal que se abren a las incursiones del alfil, por el paso arrastrado y cauto del rey y del humilde peón, por las alternativas inexorables de cada partida.
El Gran Kan trataba de ensimismarse en el juego: pero ahora era el porqué del juego lo
que se le escapaba. El fin de cada partida es una victoria o una pérdida: ¿pero de qué? ¿Cuál era la verdadera apuesta? En el jaque mate, bajo el pie del rey destituido por la mano del vencedor, queda un cuadrado negro o blanco. A fuerza de descarnar sus conquistas para
reducirlas a la esencia, Kublai había llegado a la operación extrema: la conquista definitiva, de la cual los multiformes tesoros del imperio no eran sino apariencias ilusorias, se reducía a una tesela de madera cepillada: la nada..."

"...El Gran Kan trataba de ensimismarse en el juego: pero ahora era el porqué del juego
lo que se le escapaba. El fin de cada partida es una ganancia o una perdida; ¿pero de qué?
¿Cuál era la verdadera apuesta? En el jaque mate, bajo el pie del rey destituido por la mano
del vencedor, queda un cuadrado negro o blanco. A fuerza de descarnar sus conquistas para
reducirlas a la esencia, Kublai había llegado a la operación extrema: la conquista definitiva, de la cual los multiformes tesoros del imperio no eran sino apariencias ilusorias, se reducía a una tesela de madera cepillada.
Entonces Marco Polo habló:
—Tu tablero, sir, es una taracea de dos maderas: ébano y arce. La tesela sobre la cual
se fija tu mirada luminosa fue tallada en un estrato del tronco que creció un año de sequía:
¿ves cómo se disponen las fibras?
Aquí se distingue un nudo apenas insinuado: una yema trató de despuntar un día de
primavera precoz, pero la helada de la noche la obligó a desistir. —El Gran Kan no se había
dado cuenta hasta entonces de que el extranjero supiera expresarse con tanta fluidez en su
lengua, pero no era esto lo que le pasmaba—. Aquí hay un poro más grande: tal vez fue el nido de una larva; no de carcoma, porque apenas nacido hubiera seguido cavando, sino de un brugo que royó las hojas y fue la causa de que se eligiera el árbol para talarlo... Este borde lo talló el ebanista con la gubia para que se adhiriera al cuadrado vecino, más saliente...
La cantidad de cosas que se podían leer en un trocito de madera liso y vacío abismaba a
Kublai; ya Polo le estaba hablando de los bosques de ébano, de las balsas de troncos que
descienden los ríos, de los atracaderos, de las mujeres en las ventanas..."

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